Una alternativa es que siga las enseñanzas de Ernesto Laclau, en ese caso elegiría un chivo expiatorio, típicamente el FMI, los neoliberales, los bancos, los cipayos, etc. A ellos les echaría todas las culpas de los males que sufrirán los argentinos, el aumento de la pobreza, la caída de actividad, la inflación y demás calamidades. Eso le permitiría ganar el favor de una parte de la población que lo vería como el líder defensor y lograría que depositen en él su lívido. Implementa un programa de economía planificada con controles de precios y salarios, cepos o tipos de cambio diferenciales, una maraña de impuestos, retenciones y subsidios que les daría un enorme poder al ministro de economía y al secretario de Comercio, para decidir quién gana y quién pierde. Es decir, una mezcla de todo lo malo que se ha hecho en Argentina tantas veces. En ese caso, es probable que observemos una caída muy profunda, con alta probabilidad de llegar a un default (que los mercados ya muestran superior al 75%). La crisis en ese caso puede ser muy grande porque partimos de un punto peor al que tenía De la Rúa en 2001: la deuda es más alta (85% del PBI vs 54%); la pobreza es mayor, hoy cercana a un tercio de la población y en aquel momento menor a un cuarto; la calidad institucional argentina está 60 puestos más abajo en el índice de Calidad Institucional elaborado por Martín Krause; y estamos en el puesto 148 de libertades económicas de la Heritage Foundation comparado con el puesto 20 que teníamos con De la Rúa. Además, partimos de una altísima inflación y la cantidad de gente que vive del Estado que eran 7 millones en 2001, hoy superan los 21 millones de personas por lo que el gasto público aumentó 15 puntos del PBI; y tenemos 163 impuestos con la mayor presión impositiva de toda América. La crisis sería no solo económica, sino también social y política, con gran riesgo de que reaparezca el temido “que se vayan todos”. Donde para mantener el poder podría compelido a cometer una alta dosis de represión y de avasallamiento de las instituciones.
La segunda alternativa es la que recorrieron Australia, Nueva Zelanda, y Alan García y Fujimori en el Perú. Es decir, que un gobierno de izquierdas asuma y decida hacer un programa de reformas estructurales que sorprenda al mundo. Si fuera así podría, con justicia, adjudicar las carencias que sufrirá la población durante el primer año de gestión a los gobiernos anteriores. Y mientras tanto, ratificar el tratado de libre comercio entre Mercosur-UE; encarar la reforma del Estado y de los impuestos; la desregulación; una reforma monetaria que reemplace al peso; y confiar en los mercados libres; la Argentina podría iniciar por fin el camino al desarrollo. La ventaja es que cuando esto lo hace un gobierno de izquierdas, no solo consigue más fácilmente el apoyo de la población, sino que naturalmente es apoyado por la oposición y es más probable que el camino sea mantenido por décadas con lo que el aumento de las inversiones es más rápido y las tasas de crecimiento son mayores.
Ojalá comprenda que hay otro camino que llevaría a la Argentina al progreso y a Fernández a la categoría de estadista. El mercado por ahora cree que elegirá algo parecido a la primera alternativa. No ayuda claro está, que el candidato pida la liberación del ex presidente Lula preso por corrupción.
*Agustín Etchebarne es director de Libertad y Progreso.